Texto

Los Vascos, según la visión del filólogo alemán, Von Humboldt en su visita del año 1799.

Viviría el alemán las mismas sensaciones que otros viajeros, antes y después, experimentaran de paso a España, cuando descubriera los encantos de Euskadi. Sólo que al hacerlo decidiría regresar al año siguiente para convivir largo tiempo con nuestros mayores.Siempre basados en la traducción que de su viaje jiciese, editado en Alemania años más tarde, don Miguel de Unamuno, el filólogo ha reconocido que en una excursión que realizase a Madrid, luego de cruzar Francia, conocería, Pirineos mediante, la fabulosa geografía que a sus ojos mostraba Euskadi.

 Al parecer, la monotonía francesa comenzó a mutar en interesante una vez que pisara distintas regiones del Iparralde. Más tarde, sin poder escapar de la conmoción que le provocara el cruce de la cadena montañosa a través del paso de Orreaga, quedaría maravillado por la variopinta naturaleza que le ofrecía el Hegoalde. Al llegar a la península Ibérica comentaría a sus amistades que la impresión que se llevaba del pequeño país lo "obligaría a regresar en el corto plazo. Fue así que al año siguiente, munido de un cronograma de visitas breves preestablecido para cada región, convivió con nuestros mayores por espacio de doce meses.

Sin dudar que Euskadi enriquecería aún más sus ya profundos conocimientos sobre la Europa continental, volvería a sorprenderse cuando se diera cuenta que había hallado un pueblo que conservaba y defendía, al paso de los siglos, su lengua primitiva. Rápidamente, supo que entre ambas laderas pirenaicas todavía seguían vigentes aquellos usos y costumbres de los que tanto había escuchado hablar. En sucesivas publicaciones alabaría la defensa sin pausas que el pueblo vasco hacía de su idiosincrasia, a pesar que geográficamente, la desigualdad entre las dos regiones fuese tan grande que mucho le costaba entender el modo de resistir los embates permanentes de dos estados imperialistas co-lindantes. Al mismo tiempo, comprobaba "in situ" la peculiaridad del carácter nacionalista del hombre euskaldun que tanto ensalzaran a través de la Historia los escritores griegos y romanos.

Como conclusión irrefutable tuvo que los vascos eran similares a los "bajobretones" franceses, a los ya dispersos "wendos y a los esforzados "dalecarlios" suecos, dada su perseverancia, paciencia y tolerancia, pero fundamentalmente, por su rechazo a fusionarse con vecinos ajenos a sus hábitos de vida.Como tantos otros viajeros cultos, hará mención a su privilegiada ubicación geográfica entre Los Pirineos y el Océano para poder resguardarse de cualquier tipo de invasiones, sin dejar de mencionar a los pueblos fenicios, cartagineses y griegos, internándose hasta las donde las montañas lo prohibiesen, dejando diversos usos y costumbres de los que los euskas harían rápida elección.

A juzgar por admiración que mostrara por el Euskara, claro quedaría que profundizó sus estudios sobre la lengua no bien regresado a su Alemania natal. En todos sus escritos posteriores hará un culto de la indisoluble unión entre el hombre vasco y su lengua materna. Llegaría a considerarla popular, absolutamente y de hecho, se mostrará convencido que en la convicción de los sacrificados montañeses para mantenerla pura, estaba la razón de su perdurabilidad. Al mismo tiempo, se mostraría admirado porque el euskara fuese una lengua sin formación literaria ni científica, concordando de algún modo sus experiencias de viajero empedernido en Euskadi.

Durante muchos meses convivió con los vascos del Hegoalde para concluir que no se trataba meramente de pastores montañeses, ni siquiera de un pueblo oprimido en sus pensamientos. Compartió con ellos, en la medida de sus posibilidades, distintas actividades de labranzas, comercio y hasta su libre organización social. También sus deliberaciones públicas y ordinarias en su lengua materna.

Fue evidente que el alto grado de nacionalismo que mostraban los vascos lo sorprendía a cada paso, habida cuenta las veces que lo repetiría en sus escritos.Todo indica que en su primer viaje había quedado impactado por la peculiaridad étnica de los vascos hasta verse "obligado" a procurarse en parís y en su propia patria del material necesario para manejarse con cierta autoridad entre aquéllos.

So mostraría profundamente agradecido por la amistad que le brindara don Pedro de Astarloa, sacerdote de Durango y profundo conocedor del idioma. En su compañía, tarde a tarde, pudo disfrutar de la extraordinaria diversidad de colinas grácilmente adornadas con verde y de los profundos valles, bañados por ríos de agua limpia. la pulcritud, al mismo tiempo, de villas y aldeas junto a cuidados cultivos, merecieron más de una adjetivación elogiosa por parte del visitante.

Von Humboldt no disimulará su ensimismamiento cuando al visitar algunas villas del Iparralde como Biarritz o Baiona, descubriera construcciones dispersas sobre rocas con el batiendo peligrosamente sus olas demasiado cerca. En cambio, tildará de poco vistoso el camino de Baiona a Donibani Garazi (San Juan de la Luz) sin dejar de mostrarse sorprendido porque las mujeres se dedicasen al comercio y apesadumbrado al observar que realizaban tareas pesadas, mientras que los hombres se reservaban para actividades como la pesca y navegación. Con pesar, las vio labrar la tierra, descargar buques en Bilbo y transportar grandes pesos sobre sus cabezas y frágiles cuerpos desde el río a los almacenes. Presenció cómo calentaban el hierro en la fragua y luego, a martillo y yunke dieran la forma buscada, con una presteza y soltura jamás vista ni imaginada.

Reservaría un párrafo especial para las "sardineras". A su criterio, se trataba de un espectáculo singular verlas bajar unas detrás de las otras (contaría hasta veinte de ellas), altas y delgadas, con grandes cestos de pescado en la cabeza, sin asirlos, trotando, casi sin movimientos de cuerpo, como si se tratase de simple deporte. En temporada alta (el alemán presenció dos) esta ceremonia se repetía un par de veces al día. En su narrativa las describiría con vestimenta liviana y sin calzados. Sus camisas largas llegaban hasta las rodillas en cuerpos generalmente bien contorneados. Enfatizaría, también que la mujer vasca tenía rasgos finos y bien elaborados. A sabe, cara estrecha, nariz larga, cejas negras y juntas, con una seriedad cercana a lo severo, siempre lejos de la tez morena que identificaba a la castellana.

En Donibani Garazi las encontraría en número superior a los hombres, dado que muchos de éstos seguían presos en Inglaterra, tras la guerra y el resto eran marinos que pasaban buena parte del año en el mar. Una tarde admitiría su gran temor a perder la vida cuando el mar, violentamente removido por la tempestad, estrellara su oleaje contra las rocas ubicadas en la orilla donde momentos antes él estuviera parado.

En otros pasajes de su escritura, Unamuno traduciría su alegría por poder observar enormes masas de peñascos que parecían desprenderse de las montañas, sin aristas verdes que suavizaran el paisaje. Era indudable que la geografía agreste condicionaba su ánimo y humor. Entre tantas vivencias, rescataba la lucha entre lo inanimado y lo viviente, pero, paradójicamente, unidos en armónica avenencia, lanzando un mensaje inconfundible de comunión entre el hombre vasco, sus paisajes y la lengua junto a sus costumbres y cultura general.

Novedades

El profesor Luis Lúquez Minaberrigay presentó su novela REBELDÍA EUSKA

Leer más

La Universidad Vasca de Buenos Aires organizó las Cuartas Jornadas de Cultura Vasca en el Congreso de la Nación

Leer más

Cursos en CD

Todos los materiales histórico-culturales a través de los cuales el Instituto de Cultura Vasca Eneko Aritza basa su actividades se editan en formato cd.

Consultar

© 2018 Instituto de Cultura Vasca Eneko Aritza | Todos los derechos reservados | Buenos Aires - República Argentina