Tras el fusilamiento de Murga, el Ingeniero Goicoechea, jefe del Negociado de Fortificaciones hasta allí, quedó a cargo de las obras del Cinturón de Bilbao, tanto como de las demás fortificaciones de Bizkaia. Se trató de una de las designaciones más controvertidas que se dieron durante el curso de la cruenta guerra incivil desatada por el criminal franquismo contra los regionalismos regionales. Si discutida fue su designación en el seno del gobierno vasco, mucho más lo fueron su personalidad y la venta de planos al franquismo de la construcción de la fabulosa e incompleta edificación. Este ingeniero nacido en Elorri en el año 1895, ya había abandonado el ejército español en el año 1921, en el momento en el que se iniciara la insurrección de África, luego acusado por desertor.

Cuando comenzara la guerra incivil, Goicoechea era Jefe de Materiales y Tracción en la Compañía de Ferrocarriles de la Robla, hasta que lo separó de dicho cargo el Consejero de Obras Públicas del Gobierno Vasco, Astigarrabia. Erróneamente, en febrero de 1937, el lehendakari José A. Agirre le concedió el reingreso al ejército como Capitán de Ingenieros, hasta que una semana más tarde, el traidor desertó, llevándose consigo un informe que constaba de 32 folios con los planos secretos de la fortificación de Bilbo, junto a detalles de las fortificaciones de Villarreal, en Áraba, así como valiosísima información sobre armamento, municiones, e industrias bélicas vascas.

Las investigaciones posteriores demostraron que Goicoechea había demorado intencionalmente las construcciones, al punto que tan sólo un cuarenta por ciento de avance de obra pudo constatarse al momento de la invasión, con sectores claves desguarnecidos.

El gran error de los Servicios de Inteligencia Vasca radicó en que fueron obviados los antecedentes monárquicos y carlistas de este pusilánime traidor, expresadas como estuvieran sus ambiguas posturas políticas. De hecho, una vez concretado su nombramiento, más de doscientos funcionarios ferroviarios suscribieron una dura protesta dirigida al Gobierno Vasco. Incluso, los comunistas plantearon por escrito el rechazo a la designación.

El testimonio del coronel Martínez Campos, Jefe de Artillería de las Brigadas de Navarra, nos habla por sí solo de la importancia que le cupo al Ing, Goicoechea al entregar planos falsos de la construcción al Gobierno Vasco y los verdaderos al franquismo. Todos los "nidos fortificados vascos" fueron identificados, sostuvo, haciendo prevalecer la estrategia de destrucción por parte de los altos mandos alemanes. De tal modo, en el informe de 32 folios quedaron identificadas las trincheras, su espesor y el tipo de alambradas profundas que contenían, completó.

La obra del Cinturón abarcaba unos 68 kilómetros, comprendiendo cinco sectores. Justo será reconocer que la obra defensiva del Cinturón había sido objeto de críticas severas dentro del propio Gobierno Republicano, cuando al conocerse la deserción de Goicoechea no se tomaran las medidas pertinentes para modificar las construcciones parciales, enlaces, observatorios y carreteras. En un informe descalificador, el coronel Monnier, asesor militar y consejero personal de Agirre, aseguró que las fortificaciones sólo servían para protegerse de las lluvias, nunca de la artillería enemiga.

Cuando durante décadas se buscaron explicaciones al rápido desmembramiento de un Cinturón defensivo que en sí mismo fortalecía el estado de ánimo de una población diezmada y un ejército con más valor y voluntad que capacitación profesional, no siempre el robo de los planos de la construcción apareció como la principal causa. Entre muchas de ellas, Goicoechea y su traición, condicionaron el curso de una guerra incivil, perdida de antemano frente a tres ejércitos ultra profesionales como el nazi, el fascista junto al franquismo asesino.

Otro graso error cometido por un Gobierno que dividió en el mismo momento en que era imprescindible su unificación.