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ARQUITECTURA VASCA: EL CASERÍO (BASERRI) - Arq. Federico Intxauspe

El caserío en Euskal Herría era mucho más que un lugar de vivienda, se trataba de una unidad de producción, del solar y origen fundacional de la familia a la que daba apellido, sostén del euskara y por la importancia que tenía para el sostenimiento de la familia y dado el clima lluvioso y la orografía montañosa, el caserío era considerado una unidad indivisible que sólo podía heredar un hijo o una hija.

ORÍGENES DEL CASERÍO VASCO:

Relata la historia que a mediados de un verano, el valeroso héroe llamado “San Martintxiki” consiguió robar a los Señores gigantes de la montaña-basajaunak-, un puñado de semillas de trigo y que poco después se las ingenió para espiarlos mientras conversaban y logró averiguar en qué época del año convenía sembrarlas. Tras robar sus secretos a los antiguos dioses, los hambrientos pastores y recolectores vascos iniciaron su transformación en labradores, inauguraron un largo ciclo cultural que se extendería hasta la Revolución Industrial. De manera que el ciclo de la civilización agrícola fue un dilatado proceso en el que el paisaje ecológico del territorio se fue moldeando con esfuerzo al ritmo lento de las tareas del campo y en el que se fueron configurando las comunidades de labradores que poco a poco harían de sus casas una sofisticada herramienta de trabajo, al mismo tiempo que la principal expresión de su propia identidad cultural.

En la historia del caserío existieron dos momentos claves que pudieron ser considerados los auténticos puntos de partida de su biografía. Cada uno de ellos hace referencia a una de las definiciones posibles del término caserío: un nombre de significado ambiguo, que designa tanto a la institución económica como al edificio de vivienda que la alberga. Si el caserío se interpreta en su sentido económico más amplio, es decir, como célula básica de producción familiar en una sociedad agropecuaria de montaña, entonces, se puede afirmar que es una institución de origen medieval que se configuró entre los siglos XII y XIII. Si por el contrario, se entendiera por caserío a un determinado tipo de edificio , es decir, un modelo arquitectónico con identidad específica, entonces, estaremos hablando de una fórmula regional de casa de labranza moderna que tiene una antigüedad máxima de medio milenio, una edad que no supera ninguno de los edificios rurales que hoy existen. Hasta el siglo XIX, el vocablo empleado no era “caserío”, sino, “casería”. De este modo se denominaba al conjunto de edificios y elementos que integraban una explotación.

Digamos que una “casería” estaba compuesta por la vivienda principal, compuesta por horno, cobertizo, hórreo y demás anexos necesarios para el quehacer cotidiano. Formaban parte de la casería los animales domésticos y también las tierras. Las tierras consistían en heredades compuestas por pequeños terrenos inmediatos a la casa, dedicados a la huerta para el consumo familiar, a los que se sumaban otros terrenos mayores, todavía cercanos a la vivienda, donde se sembraban cereales o que eran empleados como pastizal. Finalmente, existían otros terrenos alejados y disgregados, tanto propios como comunales (pero, de uso privativo), que podían emplearse para la producción de castaños, nogales o para la simple obtención de madera con plantaciones de robles. Entonces, en un sentido más amplio y entendida la casería como transmisión de generación en generación dentro de una misma línea familiar a través del mayorazgo, el significado cobra mayor entidad, ya que se anexaban las sepulturas familiares, el lugar que se ocupaba en la iglesia y en ocasiones, rentas y/o títulos. Finalmente, la casería incluía conceptos más abstractos e intangibles, pero vitales para la cultura vasca como la cualidad de ser solar, origen o cuna de una apellido. Recordemos que todos los caseríos tienen nombre propio, reconocido por las autoridades y vecinos, habitualmente invariable a través de la historia.

Esta cualidad de ser generadora o creadora, sumada a interpretaciones que hablan de la idealización de su forma para convertirla en útero materno y cuna acogedora, ha propiciado que la mente popular vasca dotase al caserío de una simbología propia, que recoge mitos y creencias ancestrales y que provoca conocidas referencias matriarcales.

Recordemos que los primeros caseríos de piedra y madera comenzaron a construirse durante el siglo XV, reemplazando las cabañas medievales de madera y despertaron la admiración y envidia de todos sus vecinos. Sólo los labradores más ricos podían permitirse el lujo de edificar una casa “de cal y canto”, pagando un sueldo a las cuadrillas de canteros que sacar y trabajar la piedra. La madera de roble, por el contrario, resultaba barata y accesible, incluso para los campesinos más pobres, porque se podían cortar gratuitamente todos los árboles necesarios para hacer la vivienda en los bosques públicos pertenecientes al Consejo.

Aunque, la última década del siglo XV cada vez se hacen más frecuentes las noticias de nuevas casas de mampostería, el momento decisivo para asistir al nacimiento del caserío vasco en la forma en que hoy se le conoce fue la primera mitad del siglo XVI.

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